4 pasos y un cuerpo
A las 22:34h del martes 25 de julio, Roma abrió la puerta de casa. Esta vez llegaba dos horas más tarde de lo habitual. Era raro en ella que en pleno verano y, sobre todo, entre semana, cruzara la puerta del 3B a esas horas. Ese día había decidido que se tomaría una copa con sus compañeros de trabajo. ¿Por qué no? Así que alargó hasta que su incontinente responsabilidad y obsesión por dormir sus ocho horas diarias le marcaron el camino hacia la puerta de su casa.
Entró con los zapatos de tacón negro azabache en la mano. De puntillas. Sin hacer ruido. Se agachó para dejar sus zapatos en la entrada y justo cuando alzó la mirada hacia la cocina, vio el cuerpo de Jonah tirado en el suelo. Inmóvil. Roma dudaba si gritar o huir. Si dar dos pasos adelante o darlos hacia atrás. Le temblaba el brazo con el que aún sujetaba la americana caqui que le había regalado él. Sus pasos desacompasados la llevaron flotando hasta la puerta de la cocina. Se desestabilizó. Se enganchó con el pomo de la puerta de la cocina. Uno de los botones salió despedido y rebotó siete veces hasta chocar con el pie derecho de Jonah. Creía que iba a reaccionar de golpe como si en lugar de un ligero botón metálico fuese un objeto robusto que le golpeará, pero Jonah siguió inmóvil. Roma cerró los ojos y respiró profundamente tres veces más. Dio un paso en firme hacia delante y dejó la americana en el taburete de la barra de la cocina.
Dos semanas atrás, Roma había escuchado a Jonah discutir por teléfono. Iba de un lado para otro de la casa cada vez más acelerado y no terminaba ni una de las frases que comenzaba. Se tocaba el pelo una y otra vez. Caminaba en círculos en medio del salón.
—Esper… A ver, ¡tranquilízate! No, no te he dicho eso… Pero ¡cállate un momento!
Apartó por un segundo el auricular y gesticuló como si intentará mandar a la mierda a la persona que seguía al otro lado del teléfono y colgó de repente. Tiró el teléfono contra el sofá y dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre los cojines. Se hundió entre ellos como si fuera un líquido que se escurre entre las manos.
Ese 25 de julio a las 00h, Roma se desplomó en ese mismo sofá. Su mente se quedó en blanco. Un zumbido entre los cojines la despertó de sus pensamientos. Encontró el teléfono de Jonah con la pantalla rota. ¿Por qué estaría la pantalla rota? Jonah era la persona más cuidadosa que conocía. Permaneció quieta en una de las esquinas con las piernas dobladas y abrazando un cojín. A su derecha dejó el teléfono y volvió a sonar. Pensaba que si dejaba que ese tono ensordecedor sonara una y otra vez, Jonah aparecería por el final del pasillo corriendo para cogerlo. No lo hizo. Seguía quieto en el suelo de la cocina. Era la cuarta llamada de Glenn.
23 minutos más tarde, se impulsó para levantarse y llamar a emergencias. Volvió a la cocina donde el cuerpo de Jonah estaba boca abajo. Cuando volvió y encendió la luz, el fluorescente empezó a parpadear. Pensó que había reconocido a Jonah porque llevaba las Stan Smith desgastadas del 2018 que siempre se ponía después de entrenar, porque, en realidad, no había sido capaz de asomarse y comprobar si era él. Uno… Dos… Tres… Cuatro… Contó en su cabeza los pasos que tenía que dar hasta llegar a su lado. Miró su rostro y vio que los ojos azules de Jonah tenían la mirada vacía. Se le acercó para tomarle el pulso. Nada. Su corazón no latía.
Tras la discusión que había mantenido Jonah por teléfono hacía dos semanas, él volvió a fumar desesperado con grandes caladas hasta quedarse sin respiración. Parecía más desconectado de lo habitual y volvió a sonar su teléfono. Roma estaba camino a casa. Entró por la puerta de la calle. Llevaba las llaves en la mano y se escuchaba el traqueteo metálico al chocar entre ellas. Oyó gritar a Jonah desde las escaleras. Parecía estar solo por lo que debía estar discutiendo por teléfono.
—Glenn, cálmate.— dijo Jonah.
—Tú no te preocupes, lo tengo todo controlado. —Intentó calmarlo Jonah mientras hacía una última calada a su cigarro apurando hasta la colilla y aplastándola contra el cenicero.
—Cálmate, Glenn. Yo me encargo. —Colgó y gritó: “¡Mierda, JODER!”
***
Ella se esforzaba en mantener la casa con un aroma a flores silvestres que el Marlboro de Jonah enmascaraba.
***
—911, ¿cuál es su emergencia?— dijo con la voz casi robótica de la teleoperadora.
—Roma. Roma.
—Señorita, ¿está usted bien? ¿Dónde está?
—Soy… Soy Roma… Vivo en el, el… 125 de New…Newtown Avenue.
—Vale, señorita Roma. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo puedo ayudarla?
Roma permanecía de rodillas al lado de Jonah mientras le explicaba que había encontrado a su prometido en el suelo, que no respiraba y que parecía herido. Se dio cuenta de que su pantalón blanco empezaba a teñirse de un rojo cereza oscuro. Pensó que era la sangre de Jonah hasta que vio que esa mancha se extendía por sus muslos.
—Estoy sangrando… ¡Yo también estoy sangrando! ¡Dios mío! ¡JODER!— gritó entre sollozos.
—¿Está herida? ¿Los han atracado?
—...
—Señorita Roma, ¿sigue al teléfono?
—Sí…
—Es probable que esté sufriendo un aborto. ¿Sabes si puedes estar embarazada?
Roma balbuceaba palabras sin sentido
—Roma, no la estoy entendiendo. Respire hondo. Quédese tranquila, una unidad de emergencias vendrá a su domicilio con un coche de policía. Me quedaré aquí, a su lado. No se preocupe. No va a estar sola.
Relato de ficción.