Miércoles. 08:16am. Me levanté afónica. Pensé a qué podía deberse y no encontré un motivo al que culpar. Reflexioné si mi intensidad era reflejo de esa afonía. “Debes bajar revoluciones”, pensé. Incluso mi voz gritaba en silencio que lo hicera, pero ¿por qué? Será lo que rueda en mi mente que me hace acelerar hasta desgastarme, pero ¿y lo feliz que soy desgastándome la piel y mutando un poco más cada día?
Pensé y no encontré respuestas;
pensé y apagué mi voz para encender mi ‘jouska’.
Yo, mi cabeza y mis conversaciones mentales. Reflexiones. Discusiones. Reconciliaciones. A eso se le llama ‘jouska’. Hablar contigo, analizar las situaciones para buscar lógicas a actos sin sentido. Para terminar queriendo que quien se quede en afonía sea tu cabeza por un momento.
Lo calculé. Estuve callada más de 32 horas y unos cuantos minutos más. Ni un audio. Ni un hilo de voz salió de mis cuerdas vocales y solo mantenía mi jouska —y algún que otro chat—.
A veces, tu jouska va a ser tu peor enemiga. Será quien te dirá que te acobardes ante el miedo a tirarte al vacío a apostar por algo o por alguien.
Jouska eres tú;
jouska son tus conversaciones internas;
quítale el absurdo poder de desmoralizarte;
dale la batuta para arriesgarte.
A veces, lo mejor es que termines esa jouska y lo hagas sin pensar. Le des más razón al corazón que a la cabeza.
Lunes. 10:23am. Recuperé mi voz, pero mi jouska seguirá conmigo e intentaré desafiarla (casi) siempre que pueda. Porque de los 60.000 pensamientos diarios que tenemos los humanos, más del 80% son negativos y yo me niego a esto.
Dejaré que entre en juego el corazón;
solo así ganará a lo que mi razón limita.