Existen diferentes tipos de persona que te encontrarás en tu vida. La primera será esa que solo con conocerte saltará a la parte que le interesa de ti. Sin más. Sin indagar.
La segunda, se tomará el tiempo para conocerte, leer cada uno de tus capítulos por brillantes u oscuros que sean.
Te encontrarás con estos dos tipos de personas. No lo puedes evitar. Es un hecho. No podrás controlarlo, por mucho que quieras más de las segundas, seguirán apareciendo también de las primeras. Está bien.
La tercera persona ni te la planteas. Te sorprenderá. Te pillará desubicada. Fuera de juego totalmente.
Esa persona que es capaz de terminar tus frases, de saber lo que piensas antes de decirlo, esa que se lee tus capítulos, pero, además, guarda tu libro. Esa persona que viene a revolucionar tu vida, a hacerte cuestionar cosas.
Solía pensar que necesitaba encontrar a quien me complete, a esa ‘alma gemela’ y cada vez tengo más claro que no existe. Y eso es bueno. Porque cuando buscas que alguien te complete, es porque miras en el espejo y quieres que esa persona supla tus deficiencias, lo que tú no tienes o lo que no te gusta de ti.
Es verdad que creo que es importante que tengamos intereses comunes, pero cada vez le doy más importancia a otros aspectos. Una persona no debe completarte, una persona debe complementarte y aportarte. No es quien te llene huecos que encuentras vacíos en ti. Es quien te suma. Ya está.
Vale. Ahora estarás pensando que tú nunca buscas a quien te complete. Piénsalo otra vez. ¿Cuántas veces has estado con alguien que tiene lo que tú no tienes o tiene lo que te gustaría? Una persona extrovertida, cuando tú no lo eres. Una persona deportista, cuando tú sales a andar y poco más.
Recuerdo conocer a un chico hace un tiempo que le gustaba el montañismo. Especialmente, el trail running. Vamos, correr por la montaña. Y le dije que a mí me gusta más en versión senderismo, pasear por la naturaleza. Correr sin que me persigan, pues no le encuentro motivación (esto último no lo dije, lo dejé en mi cabeza). Recuerdo su respuesta: “¿Entonces, si no te gusta correr y a mí me gusta hacerlo los domingos, ¿qué haremos?” con un tono de incredulidad y ojiplático perdido. A lo que contesté que no considero que tengamos que hacer ni que nos tenga que gustar exactamente lo mismo. No se trata de alguien que sea una fotocopia tuya, se trata de alguien que te aporte un punto de vista diferente y te haga crecer.
Podéis imaginar que al buscar una fotocopia suya, con este chico no llegamos a ser nada más que una superficial conversación.
Lo que quiero decir con esto es que creo que tenemos una concepción muy relativa de las relaciones, que somos demasiado estrictos y que, en demasiadas ocasiones, vamos con una checklist para buscar en la otra persona que tenga los mismos gustos o intereses a la vez que queremos que supla esas cosas que no tenemos. ¿No crees que es demasiada presión para quien carga, también, con sus propios dilemas? Estamos poniendo exigencias y expectativas muy altas en una persona pensando egoístamente como si solo existiera un cantante en ese dúo musical.
Imagínate. Si esa persona se lesiona durante un año y no puede ir a correr por la montaña, volviendo al ejemplo anterior, ¿vas a dejar la relación? Muy superficial me parece si estás pensando que sí.
Ahora cada vez valoro más que seamos compatibles en un estilo de vida y en el camino a seguir. Pero si le gusta más jugar a tenis y a mí levantar peso, pues me parece muy bien. Tal vez él me enseñe a mejorar mi revés y yo su técnica de peso muerto. Lo importante en el fondo es que valore el deporte, se preocupe por su salud y busque mejorar.
Lo que intento explicar es que las diferencias nos enriquecen, nos dan más puntos de vista, pero no por eso debemos buscar a quien supla nuestras carencias. Esas carencias las debemos trabajar individualmente, con terapia o sin ella, pero reforzando la autoestima y nuestro valor sin ver ni esperar que quien nos acompaña en la vida sea la respuesta.
Ahora me fijo más en cosas como cómo trata a un camarero en un bar, si pregunta cómo estás a un desconocido para sacarle una sonrisa. Cómo trata a las personas que me importan, cómo gestiona la ira, el ego o cómo lidia con el dolor y los traumas. Y, obviamente, cómo me trata a mí, si me escucha, si se interesa por mí o cómo se comporta cuando tenemos opiniones diferentes: ¿impone las suyas?
No es necesario medir todas estas cosas con la misma vara, sino ser lo suficientemente perspicaz para comprender qué acción requiere cada situación. Si coincidimos, es buena noticia. Ese tipo de sincronía es la que me importa. Ser buena persona no puede fingirse durante mucho tiempo.
Se llega al amor no encontrando a la persona perfecta, sino viendo perfectamente a una persona imperfecta. Saber leer también sus capítulos y releer los que no entiendes, los que te generan dudas y preguntar.
Una relación debe ser tu lugar feliz, un refugio en el que sentirse segura con tus fuerzas y tus debilidades, sin que eso sea una lucha de poder entre ambos. Sin que sea una prisión donde las discusiones abundan y los enfrentamientos también. No deberías rogarle a tu pareja que actúe correctamente, tampoco pedirle que actúe como tú lo harías. Entiende por qué actúa cómo lo hace. Cada uno tenemos una mochila a nuestras espaldas y una forma de ver la vida.
Leía a Edith Eger, psicóloga y superviviente de los campos de concentración de Auschwitz, y decía:
“Nos enamoramos del amor, o de la imagen de una persona a quien hemos atribuido esos rasgos y características que ansiamos, o de alguien con quien podemos recrear nuestro patrones familiares que adquirimos. O presentamos una versión falsa de nosotros mismos, buscando el amor y una relación segura y renunciando a quienes somos realmente.
El amor no es solo lo que sientes, es lo que haces.”
¿Por qué me gustó? Porque me identifiqué muchísimo en sus palabras. He conocido a personas con las que he intentado ser esa alma gemela y no ser yo misma para gustarles más. Me he enamorado de una persona que he idealizado, pero no he conocido de verdad.
Y sí, repito patrones.
Su conclusión me parece de lo más adecuada: mide el amor por actos, por acciones, no solo por sentimientos o por impulsos. No midas tampoco por palabras. Las personas nos contradecimos constantemente. Decimos una cosa, pero hacemos todo lo contrario. El enamoramiento es temporal, el amor es lo que ocurre después de esa explosión química en tu cerebro.
Se necesita mucho tiempo para conocer realmente a alguien. Mucho. Si lo piensas bien, es probable que a ti misma ni te conozcas al completo porque vas cambiando. Evolucionas. Sería ilógico que fueras igual que cuando tenías 15 años, 23, 28 o 31. Porque tu vida está llena de experiencias, de curiosidad y de aprendizajes, o debería estarlo. Y eso te hace cambiar a mejor.
Hablaba con mi prima esta semana y nos poníamos al día sobre lo que ha pasado en nuestras vidas en los últimos meses y me dijo: “Cuando miro atrás, me pasa que me sorprendo y, a veces, no me reconozco en la persona que era hace 5 años”.
Me pasa igual que a ella. Hay cosas que he hecho o cómo he actuado que ahora me sorprenden, que no repetiría porque he cambiado, he crecido, soy otra persona. Así que es probable que nunca conozcas a otra persona del todo. Tampoco a ese compañero de vida. La única manera de conocer a alguien es a través del tiempo y la experiencia. E incluso piensa que las personas crecemos continuamente, por lo que hay que aprendernos a través de nuestro crecimiento. Una y otra vez. Día tras día. Año tras año. Continuamente estás conociendo a ese alguien. Y eso es bonito. Siempre descubrir algo nuevo de esa persona. Eso es una relación.
Estuve en una durante más de 9 años (Oh dios mío, eso es mucho tiempo) y dejamos de aprendernos y conocernos, así que lo que pasó fue que los caminos se separaron y crecimos cada uno por su lado. Dejamos de descubrirnos, dejamos de ser para solo estar juntos.
Ahora no necesito vibrar con alguien que le gusten mis mismas canciones, sino quien me descubra algo nuevo. Solo quiero a alguien que esté dispuesto a comunicarse conmigo sanamente, aunque sea difícil, donde ambos mostramos esfuerzo para hablar y escucharnos. Sin pullitas, sin luchas de egos ni de poder. Alguien con quien no me importe hablar y escuchar incluso cuando estemos en nuestro punto más bajo de paciencia.
Porque, volviendo a palabras de la psicóloga Eger, es importante ser honestos. Es fácil recurrir a las críticas, subrayar lo que ha hecho mal el otro y quejarse (…) esa ira hacia la otra persona, en el fondo, son heridas tuyas que no has sanado. Debes sanarte tú para poder amar a alguien.
Escribo desde Menorca 🇪🇸 aunque después de que se envíe esta newsletter, ya estaré regresando a Barcelona.
📚 Qué me tiene enganchada
El libro ‘En Auschwitz no había Prozac’. Es de la psicóloga Edith Eger que menciono en el texto y se la conoce como la bailarina de Auschwitz.
Os lo recomiendo.
🎶 Qué suena mientras escribo estas líneas
Tengo puesta una sitcom de fondo. Sin más importancia y sin prestarle atención.
✍️ A mi yo de mañana
Quiérete más a ti misma, atrévete a seguir siendo tú y no renuncies a tu esencia por nadie.
👋 Me gusta conectar con las personas y compartir ideas. Me encantaría que me escribieras por email o en los comentarios y compartamos puntos de vista.
🧠 Si quieres compartir esto con otros,👇
🙋♀️ Si pasabas por aquí y no quieres perderte estas historias y reflexiones,👇
🔎 Si te apetece leerme en mi día a día, sígueme en Instagram y en Twitter.
¡Lo amé, Marga! Cuántas verdades dichas en un solo texto, y cuántas cosas con las cuales identificarse. Ojalá un día de estos nos reunamos, aunque sea virtualmente, a conversar de este tema y de muchos otros en los que estoy segura nos pasaríamos horas hablando. Nunca dejes de escribir. ¡Un abrazo!