La vida debería ser un juego de niños
Llevo unas semanas pensando en algo. Además, llevo un tiempo en que escribir me ha costado y no tenía mucho la cabeza como para plasmar nada sobre papel (virtual).
A veces digo que soy un poco una Bukowski que con copa de bourbon en mano escribe mejor. Cuando no estoy bien, me pongo profunda con los temas y la intensidad se refleja en cada palabra.
Pues bien, siento decir que voy sin bourbon en mano y con la felicidad dentro de mí. Así que puede que esa Bukowski que llevo dentro aparezca menos por estos lares.
En esta época he dado vueltas a qué es la vida y cómo nos la tomamos, cómo nos afecta lo que nos ocurre y por qué nos afecta así. Durante estos meses desde enero, he estado pasando por una situación y decisión compleja. Mi psicóloga me decía: “Es igual de fácil hacer ese clic e igual de difícil de darlo, pero cuando lo das, no hay vuelta atrás”.
Y lo di.
Terminé pensando en estos meses que los adultos nos emperrarnos en complicarnos la vida.
Y no solo a complicárnosla. También a dejar de disfrutar de ella.
Parece que llega un día en el que jugar no está bien visto. En el que jugar forma parte de tu pasado y de una etapa de tu vida: la niñez.
Cada vez que hacemos referencia sobre algo de los niños es para quitarle importancia o para banalizar nuestro comportamiento. Que si juegas como un niño, que si es algo de niños, que si te comportas como uno, que si peleas como ellos…
¿Y no deberíamos ser más niños y sacar a ese que tenemos en nuestro interior más frecuentemente?
Ser adulto es ser responsable, es tener rutina, es ¿no divertirse de verdad?
¿Por qué dejamos de jugar? ¿Quién nos dijo que ser adultos tenía que ser algo aburrido?
Llega un día, no sabes muy bien cuando, que te das cuenta que has dejado de jugar. Pero no digo de coger una pelota y dar cuatro patadas. Ir al gimnasio o jugar al parchís. Digo jugar de verdad. Jugar sin control, con risas que te duele la barriga. Sin objetivos. Sin productivizar ese tiempo. Con la mente en blanco.
Me di cuenta de eso hace unos meses cuando una amiga me dijo: “Celebro mi cumpleaños y nos vamos a las camas elásticas”.
Flash directo a mi cabeza. Era de mis pasatiempos favoritos de pequeña en verano. Me pasaba los sábados en una cama elástica saltando sin parar hasta que mis padres me paraban. Subíamos a los hinchables, nos colgábamos de ahí y vivíamos al límite (en nuestra mente) cual Indiana Jones.
Así que respondí rotundamente que ahí me tiene.
Llegamos al lugar una tribu de treinteañeros, o próximos a ello, y miramos lo que ocurre ahí con los ojos como platos. “Son todo niños”, suelta alguien. “A ver si les hacemos daño o algo”, dice otra.
Y entramos.
Al principio estamos como cohibidos hasta que tocamos la primera cama elástica, damos dos saltos y volvemos a ser niños. Volvemos a sentir ese nudo en el estómago, esa adrenalina.
Esa sensación indescriptible y a partir de ahí me propuse algo: cada mes voy a hacer algo que me haga sentir así.
Cuando miramos a nuestro alrededor nos dimos cuenta que más adultos habían entrado y éramos los que más estábamos gozando de esos instantes, de esos saltos, de ese “saltamos, rebotamos en el suelo y nos levantamos seguido”. Y risas.
Ya tengo en la lista jugar a una guerra de globos de agua o con pistolas de agua; o un concurso de saltos locos en la piscina.
Necesitamos mucho más ser niños. Jugar como niños.
Observar, mirar, curiosear e imaginar en mundos creativos que ocurren a nuestro alrededor.
Dejar de buscar la optimización de nuestros días y, simplemente, hacer cosas que nos divierten y darnos espacio para hacer esas cosas que te fascinaban de pequeño. Pero esos momentos de verdad.
Espero que hoy pases por un paso de peatones y juegues un rato a solo pisar las rayas blancas porque el suelo es lava.

Escribo desde Menorca 🇪🇸 donde estaré este mes de mayo llenándome de su calma y su naturaleza.
✨ En qué estoy metida
La semana pasada os presenté la primera versión de la e-Guía de Viajes sobre Menorca para que conozcas la isla de una manera local. Si quieres apoyarme, ya sabes, feliz de que lo hagas aquí. Lo que hay dentro llevó curro y vale oro. Más que el aceite de oliva al precio actual. Además, cada mes tiene actualizaciones a las que accederás de por vida. Maravilloso todo.
Esta última semana también estuve montando otro nuevo proyecto junto con Alberto: CreareSpaces.
Mira, a mí me pasa que cuando quiero cambiar desde dónde trabajo me genera un dolor de cabeza monumental porque quiero que sea bonito, que despierte mi creatividad, que no me miren mal si saco el portátil y, de paso, que el café esté bueno.
Estoy segura que es un dolor de cabeza compartido así que me animé a montar este espacio en el que reunir esos lugares por el mundo. Es una suscripción que te cuesta menos que tu café de especialidad diario. Así que… nome pongas excusas.
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📚 Qué me tiene enganchada
El libro Dejar ir del Dr. Hawkins.
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