Matar las mariposas
Septiembre es reinicio. Septiembre es ese mes en el que todo vuelve a empezar. Para mí, este mes es más enero que el propio enero. No me planteo propósitos por la ilusoria manía de no cumplirlos. Analizo lo ocurrido. Entiendo (o lo intento). Y una cosa tengo clara: es mejor repetir serie, que repetir pareja.
Repite series. Repite películas. Ellas pueden ser atroces, aburridas o apasionantes. Pueden hacerte llorar una y otra vez. Pueden tener finales decepcionantes tras inicios estratosféricos, pero esas sensaciones nunca durarán más de lo que duran sus capítulos y, casi nunca, tendrán el poder de romperte el corazón.
No repitas parejas;
Matarán tus mariposas.
Porque quién las ha ahogado una vez, cuando las ha dejado sin oxígeno, volverá a asfixiarlas. Tus mariposas necesitan libertad para volar. Y esa libertad solo puedes dársela tú: conócete, aprende y pon límites. Cuando lo hagas, volverás a ver tus mariposas revolotear.
Hay conexiones que te atrapan;
Otras que te electrocutan.
El amor metamorfosea. Pasa por sus etapas. Pero para nacer necesita que lo alimentes, acompañes, creas en él y te comprometas. No nace de la noche a la mañana. Con los años sé que hay conexiones que pueden metamorfosear sin utópicas creencias hollywoodenses de amores románticos que chispean con una sola mirada.
Las historias tienen más de un capítulo. Una relación puede ser una saga, sin luchas de poder. Con errores, altibajos y momentos memorables. Como una carretera de montaña donde sientes tensión, aventura y adrenalina. Aunque, veces, también aparecen las dudas y el miedo de por dónde continuar. Y eso nos hace sentir más vivos, más humanos.
Conectar. Conocerse. Construir. Y solo se puede construir hablando y no interpretando. Siendo vulnerable. Dejando el ego de lado. Siendo valiente. Teniendo paciencia. Pero cuando solo interpretas y te proteges con corazas. Cuando das la razón al ego y te impacientas por sentir, matas las mariposas.
Estamos rotos, pero enteros;
Un poco más viejos y más sinceros.
Como diría Benedetti. Y la vejez y la sinceridad nos hace aprender y corregir, entender y asimilar. Por eso tengo algo claro: Para amar hay que entender y yo ya no entiendo nada.