Mrs Oanh y una vuelta en Vespa en Vietnam
Subirse a su moto, irnos juntas y disfrutar de su ciudad a través de sus ojos
Saigón. Estuve en Saigón, o como se la conoce ahora Ho Chi Minh City (Vietnam), para centrarme en trabajar. Tenía días de mucho trabajo y busqué un entorno en el que pudiera concentrarme.
Sin mucha distracción.
Sin muchos atractivos a visitar.
Di con Saigón.
Y ahí me alojé en un Homestay que me llamó la atención porque estaba decorado como la cafetería Central Perk, de ‘Friends’. Llevaban solo un par de semanas abiertos y se convirtió en mi casa. Donde me sentí como en mi casa.
Ahí conocí a la chica que lo llevaba y terminé entablando una amistad temporal con ella, con su mejor amiga y una señora que venía a leer algunos días. Ella era Mrs Oanh.
Empezó a venir más.
No le di más importancia.
Nos sentábamos algunos ratos y hablábamos.
Me gustaba hacerlo siempre que podía con toda persona con la que podía.
Sus ojos se iluminaban cada vez que eso pasaba. Hablaba bien inglés a pesar de su edad. Tenía 70 años.
Un día la chica del Homestay después de explicarme cómo evolucionaba su embarazo y que yo estuviera hablando con su marido durante un largo rato entre risas e historias de viaje, me susurró: “Viene cada día para verte a ti”. Me sorprendió. Y añadió: “Le caes muy bien, eres muy simpática, abierta y le gusta hablar inglés contigo”.
Me lo pasaba muy bien con ellas. Era fantástico.
Un día viene Mrs Oanh y me dice: “Tengo muchas vespas, me encantan. Mañana traigo una diferente para que la veas” y luego me suelta: “Si un día quieres, te llevo a dar una vuelta en una y te enseño las partes favoritas de mi ciudad”. Y no dudé en soltar un “pues claro”.
Al cabo de un par de días me dijo que su mejor amiga también venía cada día para verme y charlar conmigo por las tardes. Que le había caído muy bien, que era simpática y muy agradable. Que se lo pasaba muy bien conmigo y así aprendía inglés.
Llegó el día de nuestro tour por Saigón (a ella no le gusta el nombre de Ho Chi Minh City por lo político que implica así que no la llamaré así más). Nos subimos y empezamos a recorrer la ciudad. Nos fuimos a desayunar a un restaurante chino de fideos que solo abre por la mañana y era gracioso como todos me miraban y me sonreían sorprendidos. Ella presumía feliz de que me llevaba a sus sitios favoritos.
Nos volvimos a subir y nos fuimos a ver más partes de la ciudad. Nos paramos cerca del río porque nos íbamos a tomar un té y unas pastas a casa de una amiga. “Tiene mucho más dinero que yo”, se río. Y me enseñó su casa. Ambas jugaban a golf y ella no me quería decir al inicio que era la madre del golfista número 1 del país. Me lo chivaron.
Hasta que fuimos a su casa. Había tenido un restaurante bastante famoso y querido en la ciudad que tuvo que cerrarlo con el Covid. Ahora es su casa y ahí guarda todos los recuerdos de su hijo que presume con un brillo en los ojos que solo una madre orgullosa puede sentir.
Seguimos nuestro recorrido y fue alucinante por donde me llevó, qué me enseñó. Pasamos por su mercado favorito y nos llevamos postres típicos. Eso sí, sin bajarnos de la moto. Paramos a por un helado de té matcha y terminamos comiendo en otro de sus lugares favoritos.



Intenté hablar de la guerra con ella, la había vivido y no se sentía cómoda. Era algo muy reciente. Dejé el tema. No le gustó quién ganó y el presidente, para ella no era legítimo y menos cuando empezó a cortar los árboles de toda la ciudad para construir y construir, haciendo que fuese más calurosa (cuando yo estaba no bajábamos de los 43º). Eso la hacía rabiar.
Y así pasé tardes y noches charlando. Me sentaba con ellas a cenar porque habían traído pollo asado de un sitio que les gusta mucho y querían que lo probara. Otro día frutas tropicales locales que sí o sí tenía que degustar. Me las cortaba y pelaba. Me cocinaba los mini plátanos típicos del país. O un pan delicioso de su lugar favorito.
Creo que el resto de personas que se hospedaban ahí no entendían nada. Era una más. Me hicieron sentir una más.
Fue una gran experiencia. Y que nunca me hubiera pasado de no sonreír a las personas con las que me encuentro. A preguntar cómo están a diario. A interesarme y preocuparme por ellas.
Mi sensación con Saigón cambió radicalmente porque, como me gusta decir, “no son los lugares, son las personas”. Y esas personas fueron mucho para mí.
Como me dijo Mrs Oanh: “Esta será siempre tu familia vietnamita. Vuelve pronto”.
Espero volver.