¿Te has plantado nunca delante de un precipicio para saltar?
Al mar, claro.
¿No?
Yo sí.
Coges carrerilla, saltas y sientes tu cuerpo atravesando el mar con fuerza.
Lo hacíamos de pequeños y ¿sabes qué? De pequeños no nos da miedo nada.
Vas al borde, notas el límite en tus dedos, das los pasos exactos y lo haces.
Consejo para la vida: nunca mires abajo.
Pero de adulto. Ay, de adulto.
Estás ahí, con la sangre bombeando y tu corazón latiendo cada vez más rápido. La adrenalina tomando el control de todo tu cuerpo. De cada ápice. Ni un rincón que no la recorra. Te imaginas un salto épico con ‘The Nights’ de AVICII sonando de fondo. Este es tu momento, y vas a liberarte.
Es ahora o nunca.
Pero, instintivamente, das un paso hacia adelante y miras hacia abajo. Para tener el control, para saber la distancia aunque en tu cabeza la distancia espacial nunca ha sido tu fuerte. Sino, pregúntate lo bien que aparcas el coche.
De golpe te paras. Das esos pasos más lentamente hacia atrás. A cada paso, la duda se apodera de ti:
¿Se me va la cabeza? ¿Que coño hago yo aquí? ¿En qué momento me pareció divertido? ¿Y si no salto? ¿Y si me abro la cabeza? ¿Recuerdas ese día en las noticias el chico que se quedó paralítico?
Y un trailer de películas de terror, de ‘y sis’, de posibilidades inmensas de todo lo malo que te puede ocurrir se reproducen en tu cabeza en segundos.
De repente, el acantilado parece más alto y el agua más fría, turbia. Tu postura se vuelve inestable y tu corazón late a más velocidad.
Tienes miedo de resbalar y caer.
Vaya, esto ya es una pesadilla en toda regla.
Estás ahí, congelado en el tiempo, mientras cada segundo que pasa alimenta más la duda en tu mente. Esa peli de terror se sigue reproduciendo a una velocidad que ni tu cabeza procesa.
Vuelves a pensar: esto ha sido mala idea. Mientras la emoción que te invadía se transforma lentamente en miedo al fracaso.
El impulso que necesitas en ese salto es como el que necesitas en la vida para tomar decisiones, es una fuerza poderosa y nace de la acción consciente.
Cuanto más tiempo permanecemos en un estado de indecisión, más perdemos la motivación para actuar.
Es curioso cómo funciona nuestra mente.
Nos repetimos constantemente que necesitamos más tiempo para pensar, para estar seguros, para tener esa prueba irrefutable de que estamos haciendo lo correcto. Yo la primera.
Lo que antes parecía una decisión clara, se convierte en una nube tormentosa de incertidumbre. Cuanto más tiempo pasamos en esa nube, más nos abruma. Nuestras intenciones se convierten en desmotivación que nos arrastra hacia abajo.
Nos apegamos a ciertas ideas, como querer una relación perfecta o tener miedo a tomar esa decisión y que sea la equivocada. Nos aferramos demasiado fuerte a las expectativas.
Cuando reflexionamos sobre las consecuencias de una elección (demasiado casi siempre), a veces vemos claro si tiene sentido o no. Pero cuando no logramos esa claridad, nos estancamos. Creamos el peligro de perder oportunidades o de vivir una vida a medias. Así que no tomamos acción esperando que el cielo se despeje.
Siento decirte: el arrepentimiento duele más que el fracaso.
Cuando decidimos alejarnos de lo que una vez quisimos hacer o conseguir, la consecuencia es que cargas con una sensación de culpa. ¿Por qué no intentarlo?
Cuando te vuelas a sentir cerca de ese acantilado, respira hondo, siente la adrenalina y repítete que estará bien.
A ver, tampoco es que vayas a hacerlo todo a lo loco a partir de ahora. Es cuestión de equilibrios. De encontrar el punto justo entre la contemplación y la acción. Entre esperar que las cosas pasen y hacer que pasen.
Te gusta esa persona, haz por verla, por charlar, interésate por ella. Nadie dice que deba convertirse en una carrera de sprints. A mí me gusta más verlo como un paseo por el campo. Donde las cosas pasan a su tiempo, sin forzarlas, conociéndose y charlando desde la vulnerabilidad, desde abrirte sin prisas. Con el compromiso de estar en ese presente sin jugos raros ni estupideces que tan de moda están ahora.
El mundo está lleno de incertidumbre y de primeras veces. A mí me gustan más las segundas que la primera, pero también sé que sin la incertidumbre, sin el no saber y el arriesgar, las primeras veces desaparecen y me fascinan demasiado.
No hubiera viajado sola a tantos países sin la incertidumbre de cómo saldría, de cómo me sentiría. No hubiera dejado una relación de más de 9 años sin la incertidumbre del “y ahora qué si no estoy con nadie”. Pero la comodidad de la certeza te corta las alas y te frena ese salto que en el fondo sabes que quieres y debes dar.
Soltemos la obsesión por el resultado perfecto y dejemos de necesitar que todo sea impecable y a tener la certeza de que es la decisión correcta y que no estamos perdiendo el tiempo.
Todo lo que hagamos (y lo que no) implica un coste de oportunidad. Debes elegir y, como ya dije hace un tiempo: la inacción no es una pausa, es también una elección con las consecuencias que conlleva.
Esa relación con la persona que te ha gustado en ese cruce de miradas o en esa conversación.
Salta.
Esa decisión que te remueve todo por dentro.
Salta.
Viajar a ese país.
Salta.
Dejar el trabajo y emprender.
Salta.
Vuelve a dar esos pasos atrás, respira hondo, deja que la adrenalina por se haga con todo tu ser y salta.
Ninguna consecuencia será tan mala como el arrepentimiento de no haberte atrevido nunca a hacerlo.
👋 Si quieres compartirme algo sobre lo que te he contado, respóndeme a este email o déjalo en comentaros.
🧠 Si quieres compartir esto con otros,👇
🙋♀️ Si pasabas por aquí y no quieres perderte estas historias y reflexiones,👇
🔎 Si te apetece seguirme en otros lugares, me encuentras por aquí: Instagram, Twitter, Threads y YouTube.
Lo necesitaba. ❤️