No quisiera yo dármelas de hater de una ciudad que recibe a 7 millones de turistas al año, pero si hay un momento para odiar Barcelona es ahora que anochece temprano.
Odiar Barcelona no es era un lugar común.
Ahora mismo habrá quien haya abierto este mail pensando: “Que sarta de sandeces será capaz de soltar por es boquita”.
Pues bien. Tal vez unas cuantas. Y no, no estoy enfadada, solo desencantada.
Pero es que cada día se la odia un poco más. Y sí, me vas a permitir la generalización. Porque ni los barceloneses, si es que existe alguno de verdad, de pura cepa, la quieren. Se van. La abandonan. La dejan como un recuerdo de su pasado.
¿Por qué?, pensarás. Tú que has visitado los avances de la Sagrada Familia desde que tienes uso de razón y tal vez vas a perderlo antes de verla terminada. Tú que te las has dado de local por sentarte en el suelo de la Plaça del Sol con una birra en la mano y unos amigos hippy-pijos de la facultad.
Nunca nadie se arrepiente de ser valiente. O eso dicen. Y bueno, tras 14 años aquí me he ganado el derecho adquirido por sufragio universal de que odie Barcelona (y lo diga).
Y es que odio más Barcelona en verano y cuando estoy fuera de ella. Sobre todo, cuando su máxima expresión llega a Menorca con camisa de lino blanca arremangada hasta los codos, con 3 botones desabrochados, vermudas beig y calzando unas ‘avarques’ (menorquinas para ellos) que se compraron el año pasado. Ese moreno. No sé si lo sabes. Pero tienen un moreno diferente. Como acanelado. Será que en el Upper Diagonal la cantidad de melanina difiere del resto de mortales. Y que llegan como Alfonso III a la conquista de la isla.
Pues siento decirte odiar Barcelona empieza a ser un lugar común. No para ti que la tendrás idealizada por eso del modernismo y Gaudí, ver La Pedrera decorada con rosas en Sant Jordi. Pero es que el resto del año. Ay, el resto del año querida Barcelona, qué difícil eres.
Todos terminamos romantizando una vida que no tenemos en una ciudad que no vivimos y que solo visitamos unos días o meses, con suerte. A ti, tal vez te pase eso con la Ciutat Comtal. A mí, me pasa con Madrid y Bangkok.
Porque piensas que si Messi está en Miami y solo piensa en volver, ¿quién quería irse?
Barcelona es de esos lugares que te atrapan al inicio, pero con el tiempo te aleja. Donde relacionarse es complejo porque los grupos de amigos casi nunca se mezclan, las agendas parecen ministerios y la espontaneidad de un plan de media tarde, se vuelve un espejismo si no reservas con audacia una semana antes (con suerte).
¿Dónde quedó la posibilidad de “quedamos y ya vemos según nos apetezca”?
Vivir con la agenda milimetrada me agobia, me parece antinatural en el ser humano. Pero así vivimos ahora. En Barcelona y fuera de ella.
No conozco a quien le resulte indiferente esta ciudad. O la amas. O la odias. Pero que te dé igual, eso no ocurre. Y quienes han vivido en ella terminan odiándola a tal nivel que si se van a 20 minutos de la ciudad no los vuelves a ver con asiduidad. Bueno, no los vuelves a ver. Y punto. Eso también es un poco culpa de nuestro ciudadcentrismo. Quien vive en ciudad lo de salir de ella le hace sentir Willy Fog y solo quiere que el resto se acerque porque “aquí es donde pasan cosas”. Qué equivocados estamos.
En verdad, no odio Barcelona. Me cuesta odiar algo. Simplemente, la quemé y, al igual le ha ocurrido a mi entorno, Barcelona representa una etapa en la que ya no estoy.
Barcelona es sinónimo de empezar, pero no de continuar ni de asentarse. Barcelona es temporal.
Se la quiere un rato, pero es como esa tía lejana que prefieres ver de vez en cuando para que su presencia no se te haga bola.
Al final, no hay nada más catalán que que Barcelona se te haga bola (y la odies un poco).
✨ Cosas que te cuento esta semana
He sacado una nueva newsletter porque me apetece compartir las curiosidades y temas random que tengo en mi cabeza. De esas con las que empiezo una conversación: “¿Sabes qué descubrí?” La primera: ‘Por esto el caldo de tu abuela te trae recuerdos’. Dentro de poco, os hablo de los ojos azules.
Participé en una mesa redonda con Good Rebels y, para variar, me lo pasé muy bien (y les hice reír un rato).
Los libro de Jacobo Bergareche te dejan un poco tocada. Cortos. Directos. Te hacen reflexionar. Aquí uno y aquí el otro.
Me fui a Menorca y me llevé a mis padres a darse un homenaje de buen comer en Smoix (Ciutadella de Menorca). Recomendado al 200 %.
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Desde que leí que las ciudades te susurrán al oído una palabra diferente a cada habitante, pienso cuál podría ser para cada ciudad que visito. ¿Cuál sería para Barcelona? Y creo que al menos para los migrantes (como yo) que hemos vivido un tiempo ahi, no me decido si caos, postureo o moda. Quizás sea la misma para toda capital europeo. O quizás resulte muy avaro reducirla solo a una palabra.
Pero creo que vivir tus 20's e inicios de 30's en una ciudad vibrante, en crecimiento, multicultural, etc resulta impagable. Todo lo que aprenderás, enriquecerás y crecerás te retornará 10x. No experimentarlo, te llevará tener una mente pequeña. Hay algo más allá de los libros y viajes temporales, que el vivir en una ciudad de ese tipo, te brinda. Eso si, creo que no es para todos, pero a la vez creo que es recomendable hacerlo por unos meses. Si tras 14 años decides, que ya estuvo bien. Quizás sea momento de empezarse a mudarse poco a poco a otra ciudad, país o continente. Al final, las despedidas no tienen que ser tan drásticas, ¿no?
pd. La referencia a las menorquinas, ahi si sentí odio :P