“He tenido una conversación muy brutal con mi madre como nunca antes había pasado.”
“¡Ah! Y mi hermano me llamó y me explicó también muchas cosas de cómo estaba.”
“Y… Conozco gente muy interesante y su respuesta es “espero que sigamos en contacto y seamos amigos. Eres muy brutal” o un “cuando vuelvas a Barcelona, quiero una cita contigo, me pareces divertida, muy interesante y a tu lado todo tiene que ser risas y buen rollo”, seguido de “¿y si cometemos la locura de irnos viaje juntos sin conocernos?””
Esto son fragmentos de la conversación con mi psicóloga el jueves sobre mis 18:14h. Le soltaba sorpresa tras sorpresa. Emocionada. Extasiada. No sé si pensaba que la distancia me acercaba a las personas, pero ella tenía una visión bastante diferente.
Su respuesta a mi positiva y enérgica incredulidad fue gratificante, como poco:
“Marga, la gente no ha cambiado. Tu gente sigue siendo la misma. La gente nueva que conoces es igual que era ayer. La que has cambiado has sido tú. La que no eres la misma eres tú. La que no tiene miedo a enseñarse, a ser como es. La que tiene claro a quien quiere, lo que quiere y lo que no. Ellos siguen siendo los mismos, pero tu cambio les acerca, te abres a ellos y les sale contarte las cosas, conectas con las personas de una forma increíble y diferente a cómo lo hacías meses atrás. Siguen siendo los mismos, pero les estás permitiendo enseñar quien eres tú. No tienes ningún problema de comunicación ni de relacionarte. Te lo aseguro. ¿Te digo algo? Estás por encima de lo que me esperaba hace unos meses cuando empezamos. Estás cambiando mucho más rápido y me alegra.”
Y cuánta verdad.
No soy diferente a la Marga de hace 1 año o 2. Soy diferente a la Marga de marzo. Y no sabéis lo satisfactorio que es sentir ese cambio. Notarlo. Tocarlo con las yemas de los dedos. Sentirlo. Verlo. Saborearlo con conversaciones. Conversaciones que saben a hogar. Con quien sea. Donde sea. Pero conmigo siendo yo.
Estoy en Mu Bungalows, en la zona de Uluwatu en el sur de Bali. Un zumo de sandía espumoso me acompaña. Su color rojo intenso se parece al de mi piel. Lo de rutear en moto se me fue de las manos y el sol aquí abrasa. Vamos a conjuntados. Muy a mi pesar, el tema playa entra en stand by hasta que mi piel se recupere. Tampoco soy de horas tirada al sol. Me canso. Necesito hacer cosas. Si no, las hace mi cabeza a solas mientras me tumbo en la arena o me zambullo en el agua.
Estoy sentada en una mesa de madera entre la playa de Bingin y la Pantai Tanjung Simah. Las sillas me recuerdan a la cocarossa, una silla típica menorquina. Me siento un poco en casa sentada aquí.
Mientras tecleo el sonido de cada letra se funde con las olas del mar rompen contra la orilla. El mar es vida y me apena que lo cuidemos tan poco. Es el verdadero pulmón del mundo y lo despreciamos. Eso me pone triste.
Los lugares se ponen de moda y los destrozamos. Nosotros, las personas. Destrozamos su belleza por tener un local más ‘cool’, un hotel más instagrameable que el de al lado. Por ir al sitio que todos van. Descuidamos su entorno. Y llámalo Bali, llámalo cualquier-lugar-del-mundo-que-nos-da-por-pisar-e-ir-en-masa. No es justo. Ni por la naturaleza ni por la gente local. Porque complicamos su vida, complicamos su supervivencia. Complicamos que sigan gozando del lugar donde nacieron y que tanto han amado durante siglos.
Aquí mis compañeros de hotel a mi mesa de los desayunos le llaman terapia. Porque cualquiera que viene de buena mañana a saludarme, se sienta y nos tiramos horas y horas hablando de cualquier cosa. Incluso siendo el primer día que nos vemos las caras en personas. ¿Quién me lo diría a mí hace un año? Qué feliz.
Soy feliz. Sin importar el lugar. Soy feliz por quien soy ahora. Soy feliz por lo que vendrá sin buscarlo. Soy feliz por (re)conocer a toda mi gente, a mí. Por cambiar las gafas con las que veo el mundo, con las que veo a las personas, con las que me veo en el espejo.
Toca reescribir la historia porque hay finales que no son finales. Hay finales que, tal vez, eran solo un “hasta que vuelva a encontrarme”. Porque cuando estás perdida, cuando no eres tú, no puedes exigir a los demás. Cuando eres tú, las cosas, llegan. Y llegarán. Sin prisa. Sin presiones. Sin edades que importen. Sin pensar y repensar. Queriendo más, pensando menos. A tu gente, al amor que vendrá (o no), pero ese amor por ti nunca debería desvanecerse.
Todo lo que has construido, no lo deconstruyas por nada ni por nadie. Déjate llevar, déjate sentir sin límites por un lugar, por una persona, por un pensamiento. Déjate llevar, pero no dejes que te lleve.
📍 Reflexiono desde Mu Bungalows con vistas a la playa de Bingin y la Pantai Tanjung Simah. Son mis 12:02h ⏰
Mi próxima parada será: Quedarme en la isla de Bali🇮🇩 hasta final de mes y recorrer el centro y norte. ¡Y quiero probar de surfear!
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📚 Qué me tiene enganchada
Terminé ‘El Fin del Amor: querer y coger’ de Tamara Tenenbaum y ‘No siento nada’ de Liv Strömquist.
Navego entre dos mares con ‘Elegidos para la gloria’ de Tom Wolfe y ‘Un cuento perfecto’ de Elisabet Benavent.
🎶 Qué suena mientras escribo estas líneas
Las olas del mar rompiendo sobre la arena y todo me huele a coco y crema solar.
✍️ A mi yo de mañana
Sigue cambiando. Te hace mejor persona. Te hace única. Hace que tus personas puedan redescubrirte cada vez.
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