¿Por qué coño nos besamos?
Coqueteo y comerse con los ojos;
con mensajes;
con caricias;
besarse con la mirada.
De lo poéticamente platónico de besarse con la mirada a un beso en la boca. Donde sientes. Donde conectas. Donde nada es igual. Donde la máxima intimidad se desvanece. Sientes el aliento. Saboreas al otro.
Los labios tienen la mayor cantidad de terminaciones nerviosas. Si no lo sientes, déjalo. Si no lo sientes con la primera vez que casi se rozan vuestros labios, déjalo. Nunca vas a sentirlo. Porque sentirlo solo con un beso es fruto de la evolución humana. Para descartar malos candidatos.
Ludwig dijo una vez que la decisión del primer beso es la más crucial en cualquier historia de amor porque contiene dentro de sí la rendición. Como si de una guerra se tratara. Como si uno de los dos fuese a perder. Pero solo pierde el que no siente. Y en la rendición está el gesto más íntimo de conexión. Cursilerías que a todo poeta le gusta recorrer. Cursilerías que son más verdades que mentiras.
Y, entonces, estamos jodidos;
ojalá estar jodidos para siempre;
de noche;
de día;
en la planta baja;
o en el décimo piso;
Y estar jodidos bajo un manto de lluvia tormentosa.
Nos sentimos derrotados y felices. La maldita química. Lo malo de los besos es que crean adicción. Y la distancia crea abstinencia. Distraídos. Buscándonos. Como si de dos drogadictos se tratara, cuando se vuelven a juntar los labios disparamos la dopamina hasta lugares desconocidos.
Y queremos hacerlo;
Aquí y ahora;
Ahí y mañana;
Hoy y siempre.
Y entonces estamos jodidos. Jodidos y enganchados.
Pero ya sé porqué coño nos besamos.