Estoy en el vuelo VY3723.
Cuando estoy en el aire y atravieso las nubes, no puedo dejar de imaginar poder sacar la mano por la ventanilla, como si, en lugar de un avión a 10 000 pies de altura, estuviera en el asiento del copiloto por una carretera secundaria en los Alpes.
Sacar la mano y sentir las nubes sobre la piel.
Como se funden al tocarlas ellas que parecen tan jugosas y pomposas.
Imagino que son frías. No frías, frías. Más bien como esa brisa en un día caluroso de agosto que cuando sopla, te fresca e incluso logra erizarte la piel.
El cielo ha sido un lienzo en el que las nubes han escrito muchas historias en mi infancia.
Caer al suelo tras dar vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas. Con mi pelo rubio y mis dos coletas. Y ahí, parada, tirada en el suelo, mirar al cielo y buscar esas animales u objetos clavados en mi imaginación. Navegar. Era el momento en el que frenaba mis pies.
Señalar al cielo y decir: “Ho veus? És un elefant amb cap de girafa!” (¿Lo ves? ¡Es un elefante con cabeza de jirafa!). Y dar todas las explicaciones posibles de la mutación sufrida en el aire de ese mamífero como si ambos se hubieran metido a la vez en una máquina teletransportadora y, al final, se fusionaran ambas en un extraño animal.
Unos fines de semana atrás regresé a Menorca y me permití volver a sentir eso. Tanto atravesando las nubes como mirando un rato al cielo. Sin más.
Me he reconciliado con esa niña rubia y con mi tierra. Reconciliarse con el lugar en el que naciste no es solo eso, es reconciliarte también contigo.
Durante unos años me incomodaba estar en mi tierra. Me sentía presa de ese territorio minúsculo. Me cambiaba el carácter, me volvía irascible a la mínima.
En el fondo, sé que no era por el lugar, si no por la persona: yo.
Tu tierra forma parte de tu identidad, te define y cuando no la aceptas, es que tampoco aceptas algo de ti.
He huido durante mucho tiempo de quien soy. Bueno, mejor dicho de cómo soy.
Que me dijeran que era buena, dulce y sensible me parecía casi un insulto. ¿Cómo sería eso si se supone que las mujeres debemos ser fuertes e irrompibles? Capaces de todo sin necesitar a nadie, sin depender de nadie. Una femme fatale.
Ahora no me lo parece. Cada vez tengo más claro que todo eso es absurdo. ¿Por qué no puedo desear un abrazo de alguien que quiero y sentirme a salvo entre sus brazos? ¿Por qué no puede emocionarme el final de un libro? ¿Por qué no puedo ser buena persona?
No hace muchos meses, un ex compañero de clase se disculpó conmigo. Me sorprendió bastante, no lo negaré.
Estábamos en una boda donde se casaba una de mis mejores amigas con su mejor amigo y me dice: "Me porté muy mal contigo en el colegio. Tú eras una chica buena y solo querías pasar desapercibida y aprender. Yo solo te hice todo eso porque necesitaba defenderme de los de clase y lo pagué contigo.”
Llevaba ese arrepentimiento dentro desde hacía unos 18 años.
Para mí, era un capítulo que había preferido dejar aparte, alejarlo.
Es verdad que lo que pasó en esa época, me marcó. No se lo conté a nadie. Me lo guardé. Porque para mí, ser buena, se había convertido en un defecto, en ser un blanco al que disparar.
Y ahí pensé: ser buena, sensible y dulce solo me supone problemas. Así que empecé a parecer fría y distante. Aunque por fuera todo lo contrario.
Quería parecerlo, pero terminaba preocupándome por la gente. No lo podía evitar. Y se me seguía notando.
Durante años me sentí utilizada, me trataron y me hablaron mal. En un mundo lleno de cínicos como en el que vivimos, hay gente que se ha creído con el poder de volcar su rabia, su manipulación y sus malas intenciones sobre los demás.
Este último año lo he invertido en reconciliarme conmigo. Porque para nada es un insulto ni un defecto o problema. Es, más que nunca, una virtud. Hoy que la gente se mueve por interés, solo busca sacar provecho de los demás. A mí que no me esperen en ese tren.
Me podrán hacer daño por ser como soy, pero he decidido que no pienso vivir de otra forma que no sea siendo yo misma.
Vivir de otra manera no me vale la pena. Me ha llevado a ser más feliz y conocer a personas increíbles, especialmente, este último tramo del año cuando más yo me he sentido.
Eso, solo es posible, mostrándote genuinamente como eres.
Una canción para acompañarte en esta lectura:
✨ Cosas que te cuento esta semana
Estoy haciendo mi repaso del año. Me gusta hacerlo porque así obligo a mi yo autoexigente a ver las cosas buenas y las que he disfrutado. También, lo que he cambiado y crecido. No solo lo malo.
Cerré 2 proyectos puntuales que me flipan (y a veces pienso que por qué me meto en ciertos saraos).
Terminé los libros ‘La muerte de Iván Ilich’ de Tolstói y ‘Guía del Autoestopista Galáctico’ de Douglas Adams (la primera novela de ciencia ficción que leo para salir de mi confort).
No puedo evitar tener en mente qué viajes, personas y experiencias vendrán en el siguiente año.
👋 ¿Quieres comentarme algo, recomendarme un libro o solo pasarte a decir ‘hola’? Pues te espero por aquí, en comentarios o respondiendo a este correo.
🙋♀️ Si no quieres perderte las siguientes cartas,👇
🔎 También me encuentras por aquí: Instagram, Twitter, Threads y YouTube.
Me he sentido muy identificada con tu escrito. Gracias 🙏
No suelo comentar, pero tu carta me ha hecho pensar mucho. Yo de pequeña también era una niña buena, responsable, obediente y tímida, la que intentaba pasar desapercibida porque creía que no estaba a la altura... Hasta que, cómo tú dices, me reconcilié conmigo misma y descubrí que todo lo que yo pensaba que estaba mal, no solo estaba bien, sino que es lo que me define. Gracias por compartirlo.