Veranos semiácidos
Hay algo que me flipa del verano desde que tengo uso de razón: comer tomates a bocados.
Pero de esos buenos, sabrosos. Con su pulpa semiácida que al pasar por tus papilas te hace estremecer un poco y apretar los dientes.
Lo hago desde que tengo uso de razón.
Bueno, miento.
No recuerdo cuando empecé a hacerlo. Lo que sí recuerdo es que mi madre me lo ha repetido hasta la saciedad.
Nunca llevé chupete.
Lo odiaba.
No me gustaba.
Cogía un tomate y a morderlo.
Los mejores son los que tienen jugo con el que juegas a no mancharte como cuando tenías 5 años.
Ahí cualquier camiseta se teñía de rojo.
Esos veranos en Menorca. Sin internet. Sin prisa. La brisa siempre estaba ahí. A ratos intensa. A ratos apaciguada. Pero estaba. Fresca. Y un calipo.
Veranos que quedan en una melancolía rebosante de sabor.
Veranos que saben a sal. A concursos de salto en la piscina. A la Oreja de Van Gogh y las vueltas de Bisbal.
Veranos en los que tenía los pies en las nubes. Corríamos sin pensar en el porqué de las cosas. Jugábamos a dar vueltas hasta marearnos y caer al suelo.
Los niños no tienen ansiedad. No saben que es el futuro. Solo sostienen el presente. Entienden que solo hay uno. Y en ese presente hay que ganar la batalla de globos de agua contra los chicos de clase.
Ya van 33 años y hay algo que no cambia.
Entro por la puerta. Giro a la derecha. Está la pastera de madera que compramos sun año en Mallorca. Justo al lado de la cocina. Todas las verduras. Y los tomates. Al menos hay 3 o 4 clases diferentes.
Mi madre dice a lo lejos: “Tendré que hacer mermeladas y sofritos. Se están echando a perder. Es que vienen todos de golpe y con este calor…”.
Suspira.
Eso tampoco cambia. Lo dice cada año. En la nevera, preparada, una ensalada solo de tomate de corazón de buey.
“Este pesaba más de medio kilo”.
Son de esos tomates que si los quieres comprar te dejas medio sueldo (y aún más con la inflación). O de los que pagas más de 12 € por un par de rodajas en el italiano de moda en Barcelona.
El resto está ahí. En la pastera. Mirándome esperando que coja uno. A que me manche la camiseta. Y lo hago. Cada año lo hago.
Por esos veranos sin reloj, en el que el tiempo pasaba a un ritmo diferente.
Escribo desde Penang 🇲🇾 en la cafetería Naflow, una cafetería-floristería de Georgetown.
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En los próximos días voy a mandar la primera versión digital de la Guía Local de Menorca a quienes la compraron en preventa. Una primera versión que va a ir aumentando en calidad y cantidad de contenidos.
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La ‘Teoría de gravedad’ de Leila Guerreiro. Sus dedicatorias a Diego me tienen enganchada y sus columnas cotidianas.
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