Vivirlo ¿sola?
Soltera no es soledad aunque a veces te sientes sola.
Es un domingo mi querido julio. Estoy sentada en una mesa al fondo del local. Una copa de Lo noi del Saxo acompaña mi paladar. Tinto, claro. Lleva la uva que más me gusta: Syrah. Un clásico, fuerte, intenso, pero que no se te pega en el paladar. Deja un sabor palpable que desaparece paulatinamente. Como las malas experiencias que solo duran mientras dejes que te afecten. O como los susurros que solo son relevantes mientras duran.
Miro a mi alrededor. Una niña de 2 años (calculo, soy mala en eso) se acerca. Me mira. La miro. Nos sonreímos, me saluda y vuelve con sus padres. Me recuerda a mí de pequeña, ya gastroadicta. De un rubio nórdico y una curiosidad que lo prueba todo, lo mira todo. Lo disfruta. “Le gustan los sabores intensos”, dicen sus padres. Su madre y su abuela también empezaron su primer viaje en julio. Celebran su cumpleaños y hablan de que la abuela va a volver a estudiar tras 40 años de su paso por la universidad. Me flipa fuerte. La edad es solo un número. Ella es un ejemplo. Hacer lo que te llena y no lo que esperan de ti.
Unas chicas a mi lado hablan largo y tendido sobre las personas dependientes en las relaciones. Al fondo del local una pareja, inglesa, que apenas intercambia dos palabras. Miran el móvil. Se van rápido. ¿Realmente disfrutaron o era solo un ‘to do’ de una checklist de sitios que visitar en una ciudad? Qué pena vivir así. Otros acalorados no se deciden. La carta es corta, pero llena de sabor. Empiezan por un tomate marinado mientras esperan lo mejor de su carta: las gambitas. Dios mío, dignas de un orgastro. Me gusta que se llamen ‘marisquería desenfadada’. Huyen del recargado y rococó que decora frecuentente un lugar de este tipo de gastronomía.
Suelos hidráulicos. De 5 colores. Son caros. Un día aprendí que estos suelos solo pueden tener este máximo de colores. No me preguntéis porqué. Limitaciones de la artesanía. Solo recuerdo ese dato que se grabó en mi cerebro como sus dibujos en las baldosas. Las sillas. Oh, las sillas. Esas que te recuerdan a tu colegio. Esas que a todas las de pelo largo nos dieron tirones. ESAS. Que remueven recuerdos de todo tipo. Buenos. Malos. Irrelevantes o que te hicieron cambiar. Mesas de mármol, pesadamente llenas de simpleza.
Todo esto me recuerda a Jesús Tarrés y Alberto Moreno y su último capítulo ‘Viajar solo’ de ‘Decir las cosas’. Alberto se siente incómodo en situaciones así. Jesús las disfruta. Yo cada vez me siento más como que nada importa, solo tú misma.
A veces, se está más sola compartiendo mesa que solo observando y disfrutando.
A veces, romper con tu estilo de escritura aunque sea por un instante, también es bonito. A veces, publicar sin releer un texto, también está bien.
Solo espero que no haya faltas de ortografías porque esto me salío ardiendo de dentro de mí, como diría Bukoswki y lo escribí mientras me chupaba los dedos comiéndome unas gambas. Me termino mi copa. Pago. Y me voy. Un ticket de 26,15€, sin cuentas pendientes con nadie, y el corazón lleno. Un recuerdo más.