Desaparecí.
Desaparecí durante semanas porque el cuerpo me pedía a gritos que debía hacerlo.
Se estaba quedando casi sin aliento para intentar lograr que le escuchara.
Me pedía que parara un momento. Que no escribiera, que me mantuviera inmóvil por un instante, pero no era fácil. Parar cuando crees que vas tarde. Parar cuando todo te va bien. Parar cuando eres feliz. Simplemente parar de escribir cuando es también tu profesión.
Tenía miedo de mirar a los ojos a ese límite que gritaba dentro de mí.
Hay momentos en el que el cuerpo te pide escribir, escribir y escribir sin parar. Y otras, en los que te pide que pares.
Este febrero decidí mirarle a los ojos y asentir. Decirle que tenía razón. Y que era el momento de parar.
Parar en general, bajar esa autoexigencia que me ahoga en demasiadas ocasiones e intentar estar presente en mi día sin tanto (sobre)pensar.
Soy experta en pintar escenarios donde se masca la tragedia. Me cuesta decir: “Todo está bien, lo haces bien, vas bien” cuando sé que puedo hacer mejor. Que nadie os mienta, ese pensamiento te come por dentro día a tras día y te hace vivir en un futuro imaginario que no sabes si llegará. No es mentalidad de tiburón, es el tiburón engulléndote de golpe.
Será que desde pequeña cultivé eso de pensamiento de tener que ser mejor para gustar a los demás, para demostrar lo que valgo mientras que lo que soy en mi presente me parece insuficiente. Un presente en el que alargo la mano tanto como puedo y rozo la punta de los dedos de mi yo imaginario, pero no logro alcanzarlo y su imagen se desvanece en el horizonte.
Es difícil parar algo que llevas alimentando desde hace décadas. Y como una palabra que tiene etimológicamente una raíz tan bonita puede, a su vez, corroerte tanto: cultivar.
‘cult-’ del latín colere: cuidar, habitar, venerar. Y yo he habitado ese lugar, lo he venerado durante tanto tiempo que llega el día que dices basta.
O te dicen basta.
Así que decidí parar. Dejé de cultivarlo, al menos, por un instante.
Y eso me generó una disociación entre cuerpo y mente. Sentí como si un cable se desconectara. Que todo lo que me estaba pasando en el presente mi cabeza no lo procesaba. Sentía que yo misma me observaba desde fuera. Como una extraña. Taciturna.
Mientras, cogía un vuelo y me iba Brasil. No procesaba nada de lo que ocurría a mi alrededor. Casi ni sentía ni padecía. Podía estar en ese asiento 16D como en el sofá de mi casa que el sentimiento era el mismo.
Y, sin saberlo, ahí estaba yo en Brasil en pleno carnaval.
Y volví a conectar de una manera diferente.
La vida (y soltar el control de vez en cuando) te da esas sorpresas que de planificarlas tendrían un sabor agridulce. Así que no planifiqué.
La vida en Rio de Janeiro sucede en las esquinas. En los bares. En las canastas de cerveza apiladas a modo de mesas cariocas improvisadas en sus calles.
La vida en Rio sucede. En presente. Sin condicional. Simplemente, ocurre.
En la sonrisa, la música, los colores alegres, la ropa estampada con tucanes y flores. Entre chopps, caipirinhas y farofa. Y mucha purpurina en esta época.
Nos han dicho que la vida va de equilibrio.
De un poco de esto y un poco de aquello como si se tratara de un postre de Jordi Roca o como si añadieras una pizca de sal sobre la vida al más estilo Salt Bae y ya lo tienes.
Pero siento que a lo que llamamos balance o estabilidad no es más que buscar un control excesivo a lo que nos sucede.
Dice la RAE:
“Equilibrio es el estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mútuamente.”
“Destruyéndose mútuamente”.
¿No te parece irónico que lo que consideramos calmado y lo que deseamos tanto para nuestra paz mental implique un tipo de destrucción implícita?
Y así es. La vida no va de equilibrios sino de ser equilibristas.
Vivimos una falacia del equilibrio. Tibieza, al fin y al cabo.
¿Y quién quiere una vida tibia?
Pasé mucha parte de mi vida bajando la mirada y escondida por pensar que no soy suficiente.
Pero es que la vida lo es todo menos equilibrada.
Viene cargada de plot twists que te descolocan.
Para bien o para mal.
En forma de risas y amor o de llantos y pérdidas. Que rompen los planes, tus esquemas, tus pensamientos preconcebidos.
Llega a tu vida una persona (o varias), un lugar y te cambia por completo, rompe tu necesidad de seguir esos planes firmados en piedra que escribiste a tu ‘yo de dentro de 10 años’.
Y lo que más me gustó de Brasil fue sentir que la gente no es tibia, que es intensa, exagerada. Que viven. Y viven mucho. Que no importa que día sea para verse, tocarse, abrazarse y bailar samba. Que cualquier excusa es buena para sacar las sillas a la calle y charlar durante horas.
La vida en Rio de Janeiro ocurre en las esquinas.
Y ocurre.
Y echaba de menos sentir que la vida ocurre. Que la vida está viva. Que no es tibieza.
Me paralizaba la gente intensa porque las percibía como una apisonadora que te lleva por delante. Pero esas personas viven la vida, el amor, la amistad y el día sin medias tintas.
No me sirve un amor tibio que se viva a medias o sea por el conformismo de que te encaja en una lista de características en tu cabeza. Que te vale. Se me eriza la piel solo de pensar en alguien porque “me va bien” en la idea de pareja que concebí y para mis planes.
No me sirve una amistad tibia donde no haya abrazos sentidos, risas que te hagan llorar y lloros que se recomponen entre sus brazos.
E intensa no significa desequilibrada, dramática o inestable. No nos confundamos. Significa que vive las cosas como cuando un niño descubre algo por primera vez con su eterna curiosidad, confianza y su falta de pensamiento futuro y no como un hombre mayor en su sofá lleno de rabia, amargura y rencor.
Puede sonar naif y tal vez lo es, pero la vida ya nos da suficientes golpes como para no vivirla así.
Para no decir un ‘te quiero’ de corazón, para no abrazar y quedarte un rato en ese refugio, para no reconocer tus errores cuando has dañado a alguien.
Y llevo pensando esto, especialmente, esta semana que una muy buena amiga que siempre lleva una sonrisa anclada en su rostro ha tenido que despedirse de su padre. Su padre. Eso duele. (T’estim, reina.)
Por lo tanto, no, no creo que la vida vaya de equilibrios. Va de momentos eufóricos, tristes, alegres e inesperados.
Va de perder el control.
Va de dejarse llevar o de ir contra viento y marea.
Va de quemar las naves como dijo Hernán Cortés.
Va de dar(te) libertad.
Va de estar jodidos a veces, de perdonar incluso a quien te lastimó. De coger un billete de avión a un lugar que soñaste o solo para ver a una persona que te hace feliz.
La vida va de ser como somos sin pensar en gustar a los demás.
La vida va de dejar a que los demás sean como son y a quererlos libremente o dejarlos ir.
Sin estudiarnos tanto. Sin pensar en cada acción.
La vida va de no dejarse arrastras por la tormenta de otro. Va de elegir de donde quedarse y de donde irse.
La vida, al fin y al cabo, va de vivirla y sentir que te puedes morir mañana sin arrepentirte.
Y eso no se consigue viviendo en búsqueda de un equilibro. De tener la cuenta a 0 entre lo bueno y lo malo. De estar en el punto medio, tibio.
La vida merece ser vivida con pagode.
✨ Cosas que quiero compartirte
Bailé samba un lunes a las 10 de la noche en Rio de Janeiro.
Viví el carnaval en Sao Paulo y Rio sin planificarlo (y jamás me lo hubiera imaginado).
Volví a conectar con mi esencia y me solté como hacía mucho que no soltaba.
Conocí con gente maravillosa y me reencontré con amistades 15 años después y parecía que el tiempo se había congelado.
Comí una picanha increíble.
Me enamoré cada 5 pasos de lo increíble que es la vida (y la gente en esta parte del mundo).
Aprendí portugués (de Brasil).
Me fui de Brasil con el corazón lleno y pensando en volver a pisar su arena, sus calles, sus botecos.
Volví para vivir.
Me hizo feliz lo que os gustó ‘Crisis de identidad’ y las reflexiones que me mandasteis en público y privado, especialmente, el mensaje de mi padre.
Sigo flipando que leyerais tanto esta carta ‘Todo lo que no cambias, lo eliges’ con lo pequeña que es mi cuenta y lo que le pega al tema de hoy sobre vivir una vida tibia.
Me leí ‘Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido’ de Walter Riso en Sao Paulo, ‘El fino arte de crear monstruos’ de Silvana Vogt, ‘Biografía del silencio’ de Pablo d'Ors y ‘Un verdor terrible’ de Benjamín Labatut (¡me fascinó demasiado!) en mis últimos días en Barcelona.
Y quiero dejarte una canción para esta carta👇
👋 ¿Sabes una cosa? Me tienes por aquí, o respondiendo a este correo, para que charlemos intensamente.
Puedes aportar a este pequeño rincón, si te apetece, invitándome a un café calentito.
🧠 Si quieres compartir esta carta con otros,👇
🙋♀️ Si no quieres perderte las siguientes que vendrán,👇
🔎 También me encuentras por aquí: Instagram, Twitter, Threads y YouTube.
Muy bonito este texto. A los que nos cuesta soltar no nos damos cuenta de que la vida tenemos que vivirla de la manera más imperfecta posible, ya que si nos adentramos en ese bucle de querer controlar todo y de querer hacerlo todo perfecto, nos estaremos perdiendo todas las cosas bonitas que pasan en los grises.